Como
cuando traes flores a los vivos
y les ves reír y sonreír de desdicha.
Como
cuando cantas bajo las luces
del día,
de la noche,
y notas ojos ajenos intentando absorber tu visión.
Como
cuando caminas por la calle,
cabizbaja,
absorta,
cuando caminas por la calle,
cabizbaja,
absorta,
itinerante en tu camino,
y la brisa de otras mentes
te apartan el pelo de la cara,
te agarran por la espalda
y te invitan desagradablemente a tornar
tus pupilas ahuecadas.
Como
cuando comes
sin saber en que día albergaran los cielos de esas marcas
en tus brazos.
Como
cuando sudas en la noche
y despiertas con la piel fina.
Esa sensación
ni blanca
ni oscura,
Nisiquiera traslúcida,
sino mucho más
verde,
mucho más
malva.
Una pintura que podría crear
cualquier jeroglífico,
en cualquier habitación,
de cualquier ventana.
En cualquier edredón.
Pero es solo uno el resultado.
Solamente ese friso sobrevivió a la carrera de ideas.
Solamente esa palabra salió de tu boca.
Ésa
y no otra se oyó.
Sólo
ese nombre tienes.
Ése y no otro.
Los demás
pertenecen a otros mundos,
a otras profundidades,
en donde nadamos
y nos llamamos todos por maullidos y sonrisas.
Por miradas.
Por mis alas acabadas.
...
Por eso no me importa la vida,
ni me importa la muerte.
Por eso las palabras me parecen ratas en alcantarillas,
correteando por los pasillos
y zambulléndose con sus crías
en las heces de los abogados,
rectores,
académicos
que no pudieron digerir su salsa.
Agridulce la llamaban.
Como las disecciones de pulpos y de mantas.
…
Como
el llegar tarde a donde quieres ir.
Aquí y allí,
sin parar
ni llegar
ni venir.
No es manera superficial ni profunda la que te invita a pasear.
Es presencia desenfrenada,
irradiante,
contagiosa,
nerviosa y operante.
Es vivir hasta que aguante,
y acabar,
como quien friega sin guantes.